miércoles, 28 de noviembre de 2012

La medida de las hojas

Hoy te medí con las hojas de mis recuerdos, desde la copa alta de este árbol mio en que me escondo. Las hojas miden a los grillos y la noche también se mide en hojas. Te saqué la altura y el perímetro que abarca tu sonrisa lupina, me estremecí, dejando latir mi corazón enfermo sin miedo a la parálisis póstuma, sin enredos de medio tiempo, con la plena convicción de encontrar esos ojos tuyos sobre mi hombro, acurrucados entre mis labios; el sabor de tu noche entre mis piernas, la respiración tranquila de tu espíritu en mi vientre.

Hoy te medí también el cansancio y las horas en vela, las caricias que no te he dado, las noches que no pasan, la mano que me cuida de vez en cuando, sobre todo en la penumbra de mi mente.

Hoy te medí lentamente, con los trazos que mis dedos te regalan con la zozobra de un niño que baja las escaleras por la noche en busca de agua, con ese miedo infantil, con esas ganas de sentirlo, con la misma muerte como meta y enemigo.

Así te medí y te encontré de lleno en el espejo de la puerta, en los movimientos lentos de mis ojos que se dibujan en tu boca, con la caricia de mi noche rosando apenas tu mañana cálida por debajo de las sábanas, con la respiración agitada de mi espíritu en tu pecho.

El reflejo se congela y me deja caminar tranquila, las hojas te las regalo, déjame convertirte en mi árbol-casa, déjame vivir dentro tuyo, al menos por las noches, al menos en invierno, antes de que muera congelada, porque mi refugio se ha quedado sin follaje, porque la casa ya no tiene el mismo significado. 

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