El contraluz de las manos era una figura en blancos y sombras, que de un lado a otro manejaba, domaban la piedra capilar que tallaban y removían mientras a su paso, su suave aroma envolvía todo una y otra vez, aunque el viento se lo llevara luego, mientras los sonidos de la destreza; unos filos que chocan y cortan y rasgan y sólo peinan y la máquina con su continuidad mecánica deslizándose sobre mi cráneo y de nuevo los dedos serpenteándome por la cabeza. El tacto, el acto, la sola presencia, la pasión, eso era lo que esperaba con ansia, la pasión.
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