"Pero yo no tengo derecho, a voltear, a gritar o golpearte repetidamente
para sacar algo de lo que se acumula aquí dentro.
Yo no puedo vomitar mi miedo o la ansiedad de tu ausencia
cuando los pasos en la casa se vuelven más fuertes y cercanos en la soledad del
duelo, en la melancolía de los que nos sabemos (creemos) desplazados,
despojados.
Yo no tengo derecho a abrir mi boca para refutar, para
decirte que no es el momento de partir o de parar, porque lo has dejado todo en
ese caos de palabras sin destinatario y conversaciones “amistosas” sobre un
beso largo y la imposibilidad de sentirse temblar como lunas o peces.
¿qué hago con eso?, ¿qué hago yo que no tengo ese derecho; en medio del terror, del caos, de la ausencia y de la cotidianidad perdida, de la soledad perpetua?
¿dónde te dejo el enojo, las ganas de ser yo la que regale
palabras a la nada, la que bese con letras prestadas, la de los puntos
suspensivos al final de una poesía no terminada de citar?
¿cómo te cuento que también desde acá las caricias ajenas se
vuelven dagas?
Que brotan de mis manos los ríos regalados por tus manos en
otro pelo, no importa que no se toquen, igual maltratan"
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