martes, 15 de febrero de 2011

Carta

guardo los guantes que me diste ¿sabes?
a veces los veo de reojo en el neceser plateado de mi baño
y me acuerdo casi fugazmente de tus ojos tristes, de esa mirada
redondeada que me recuerda tal vez a mi en épocas menos adversas

no me creerás, pero recuerdo el día exacto en que te perdí de tajo, como si alguna vez me hubieses pertenecido, como si fuéramos objetos y nos olvidáramos en ese neceser plateado, en un baño ajeno, añorándonos, sabiéndonos culpables de la pérdida tácita de los recuerdos, de las salidas nocturnas y los paseos por la bella reforma reconstruida, harta de gente y automóviles danzantes en esas tenues lunas y cafés, entre el bullicio; compartiendo quedamente nuestro silencio,
llenando de vez en cuando con adjetivos y memorias infantiles el abismo generado por la tensión de nuestros cuerpos.

Quizá tienes razón y no recuerdo el día, pero recuerdo perfecto las expectativas y el aroma de tu cabello recién lavado, el color de tus dibujos, el cierre de tu pantalón y la dolorosa partida en un metro linea dos que me alejó de ti más de lo que suponemos.

Recuerdo también el dolor de vientre, la sensación trillada de tener la panza llena de mariposas o de polillas porque da igual, es el aleteo tangensial entre las vísceras lo que nos da esa sensación, las polillas nos las tragamos todas en el soplo del primer beso afuera de aquel monumento a la arquitectura posmoderna, cuando me dio risa que al fin te animaras a besarme después de tanto y justo cuando las perforaciones de tus labios mancillaban de dolor y angustia ese momento esperado por ambos.

me doy risa y lavo mis manos más de lo necesario, las exprimo bien para sacarme de la piel el recuerdo de ese todo que empezamos y luego olvidé en la parada del camión como una mochila o un libro; como si la vida de alguien pudiese ser extraviada por el otro. Y sin embargo se puede, porque aunque no me acuerde del día en que decidí romper el trato, se que extravié tu nombre en una tarjeta, como dejé caer mi celular desde lo alto para rehacerme, para procurar un final trágico entre el alcohol y las risas de mis fantasmas envejecidos por el uso y la costumbre.

me dejé morir antes que darte muerte, o al revés, porque mi doctora insiste en mi condición de asesina, objeta mi deseo de canalizar mis humores psicópatas a meros chistes de mi misma y los vuelve un arma vulgar contra el otro, contra ti, contra el mundo.

sabiendo entonces esto se que te maté matándome, dejando que vieras la mierda de mundo en el que vivo, el continuo despojo de mi misma y la miseria de mis deseos que pueden ser llenados ya bien por ti o por cualquier otro, si huele a ti es mejor, si habla de ti, si se muerde los labios como tu o se ríe de tus chistes mejor.

Solo es eso, tenía ganas de ser por primera vez el villano, el despojador, el asesino suicida y finalmente la que deja, la que abandona la promesa y se reivindica con el hedonismo pecaminoso del placer.

¿Ya ves que si recuerdo, que no me he olvidado, que me se culpable?, ¿ves, que te advertí a tiempo, que te salvé de la miseria de cogerme, que te tendí la mano y te volví libre de mi y de la que venga?… ¿ya ves a migo que el veneno no mata al que lo porta?, te regalo un poco de eso, para que seas verdugo de vez en cuando, para que disfrutes matando, para que vivas aquí y entiendas un poco más de lo que somos.

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