lunes, 23 de mayo de 2011

opción 2

Cuando llegué ya te habías ido, la taza de café aún estaba caliente, la marca de tu libro sobre la mesa. Pude incluso olerte, el humo llenaba aún la habitación llena de comensales y platos de chilaquiles y cafés con leche.
Sin importarme los otros clientes o el ruido de la vajilla martillando en la cocina me dejé poco a poco envolver por el fantasma de tu presencia, como si tomar de tu café vacío o adivinar el título de tu lectura convirtiera la inconveniente situación en una cita; en una de esas citas de preparatorianos inadaptados leyendo poesía basura, entre comentarios inexpertos y risas ocultas, mientras las erecciones un tal Chinansky llenaban de hormonas los asientos del cafecito cutre en la alameda central.
Yo sigo siendo una adolescente inadaptada, llenándome la boca con la fragancia del asiento de un café en solitario, vagando en mis recuerdos de vez en cuando, dejando que se me acomoden las ideas mientras recuerdo que mi continua incapacidad para comunicarme con la tecnología ha hecho que borre todos mis videos de YouTube.
La mirada impaciente de la mesera (y de algunos comensales que se han preguntado que hago ahí besando una taza sucia) me han hecho caer en cuenta tanto de tu ausencia como de que quizá esa taza ni era tuya y jamás habías visitado esa fonda setentera de tan mala pinta.
Me voy, camino por las calles húmedas de la ciudad, buscando un pretexto, un bar o un café que me parezcan adecuadamente tú, para meterme e imaginar que haz estado ahí bebiendo algo y leyendo, para tener de nuevo una cita con tu esencia, para darme un poquito de valor y robarte un beso medio a tientas un día que se fue la luz y podíamos adivinar los pensamientos.

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